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Ansiedad infantil. La generación en busca de red

  • Foto del escritor: Abraham Ramos Viera
    Abraham Ramos Viera
  • 4 jun
  • 2 Min. de lectura

Cada vez más niños y niñas presentan síntomas de ansiedad. Lo dicen los informes, lo vemos en las aulas, lo perciben las familias. Lo notamos en el “no quiero ir al cole”, en los ataques de llanto, en la angustia antes de dormir, en los silencios que duran demasiado. Pero en lugar de escucharlos, la respuesta que más se repite es una frase hueca: “esta es la generación de cristal”. Nada más lejos. No es una generación frágil. Es una generación en busca de red. Una red emocional, comunitaria y estructural que les ayude a sostenerse en medio de un mundo cada vez más exigente, cambiante y confuso.

La ansiedad infantil no siempre grita. A veces huye, a veces se encierra, a veces se disfraza de perfección. Hay niños que se rebelan y otros que se apagan. Hay quien lo expresa con miedo y quien lo esconde tras una sonrisa. No siempre es fácil identificar la ansiedad, y eso la hace aún más compleja. Pero ignorarla, minimizarla o tratarla como si fuera un simple “mal momento” puede tener consecuencias profundas. Nos enfrentamos a una realidad que necesita ser mirada de frente: hay niños y niñas que están sufriendo de verdad. Y no podemos permitirnos el lujo de banalizar ese sufrimiento. No todo es ansiedad, es cierto. Hay malestares que forman parte de la experiencia humana. Pero cuando ese malestar se convierte en un peso constante, que paraliza, angustia y desconecta, estamos ante una señal de alarma que no puede ser ignorada.

Y aquí está el reto: no siempre podremos solucionarlo de inmediato. Y eso puede resultar frustrante. Porque como madres, padres, docentes o familiares, queremos aliviar su dolor cuanto antes. Pero no siempre se puede. Lo que sí siempre es posible, y profundamente necesario, es estar, acompañar, escuchar sin juzgar, ofrecer esa presencia que calma sin exigir.

La ansiedad infantil no se resuelve con un gesto individual, necesita una respuesta colectiva. Una comunidad que se implique: desde la familia, los centros educativos, los profesionales de la salud mental, hasta las instituciones públicas. Todos podemos ser parte de esa red. Todos podemos ayudar a construirla. Quizá haya llegado el momento de dejar de cuestionar el dolor de los más pequeños y empezar a hacernos preguntas serias como sociedad. Qué estructuras les faltan. Qué entornos les sobran. Qué oportunidades no tienen. Qué emociones no están pudiendo nombrar.

Hablar de esto no es, para mí, un ejercicio teórico. Lo viví yo mismo de pequeño. Aunque mis padres hicieron todo lo que pudieron, y más, para ayudarme, no era un tema del que se hablara. No había palabras, ni espacios, ni soluciones claras. Era algo que se atravesaba en silencio. Por eso escribo esto. Porque creo que, si queremos que esta generación no se rompa, necesitamos estar ahí para ellos, escucharles, sostenerles y crear red.


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