El poder invisible de la amistad: salud mental, autoestima y desarrollo
- Abraham Ramos Viera
- 10 abr
- 2 Min. de lectura
El ser humano , lo hemos oído muchas veces, es un animal social. No solo se rodea de otros por placer o costumbre, sino porque lo necesita profundamente. En el otro busca apoyo, validación, compañía… y, muchas veces, refugio. En el grupo encontramos certidumbres: sobre quiénes somos, sobre cómo debemos actuar, sobre lo que se espera de nosotros.
Por eso, es imposible comprender a una persona sin tener en cuenta su entorno relacional, y especialmente el círculo más inmediato: familia, compañeros, amigos. Y de todos ellos, la amistad ocupa un lugar clave, sobre todo en determinadas etapas de la vida, como la infancia o la adolescencia, cuando la identidad se está formando y el sentimiento de pertenencia es vital.
Las investigaciones son claras. Un estudio publicado por la Universidad de Harvard, tras seguir durante más de 75 años a cientos de personas, concluyó que la calidad de nuestras relaciones interpersonales es el mejor predictor de felicidad y salud a largo plazo, incluso más que el nivel económico o los hábitos de vida. Otro informe de la Universidad de Michigan (2016) reveló que las amistades estrechas ayudan a reducir los niveles de estrés, aumentan la esperanza de vida y fortalecen el sistema inmunológico.
Pero más allá de los datos, hay una dimensión educativa que no podemos ignorar. Como docentes, tenemos la responsabilidad de crear entornos donde las relaciones saludables puedan florecer. El clima en el aula, la gestión del grupo y la prevención de situaciones de discriminación o exclusión no son tareas accesorias. Son fundamentales.
Los niños, niñas y adolescentes construyen su autoestima también a partir de cómo son tratados por sus iguales. Las amistades sanas aportan seguridad, reconocimiento, consuelo, pertenencia. Y cuando esas relaciones fallan, por aislamiento, bullying o dinámicas desequilibradas—, los efectos pueden ser devastadores.
Por eso, promover un entorno proclive a relaciones de calidad no es un lujo educativo: es una inversión en salud mental presente y futura. Detectar señales de alerta, fomentar el respeto mutuo, facilitar dinámicas grupales positivas… todo esto forma parte del trabajo de quienes educamos.
En definitiva, las amistades no son solo un bonito adorno en la vida de una persona. Son una pieza esencial del desarrollo psicosocial. Y como tal, merecen toda nuestra atención y cuidado.

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